Lo dijo el triste caballero Don Quijote de la Mancha montado en Rocinante: “…has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse.”[1]. Luego el filósofo y matemático francés, Descartes (1596-1650) manifestó que el autoconocimiento depende de la observación de nuestro comportamiento y de la percepción que tienen otros de nosotros “cogito ergo sum” (pienso, luego existo). En este proceso es indispensable la introspección, es decir, mirar hacia adentro y discernir el cómo se relacionan nuestros pensamientos y sentimientos con la información que se recibe de las personas que nos rodean[2]. Así como cada individuo contrasta la información que recibe de afuera con las percepciones internas para conocerse, el autoconocimiento define el marco de referencia con el que se evalúa a los otros. Adicionalmente, conocerse hace posible que las metas que nos trazamos sean verdaderamente coherentes con los valores, motivaciones y planes que construimos[3].
Compararse es una fuente de información para nutrir el autoconocimiento. Equipararse con personas que se admiran es útil para desarrollar las cualidades que nos acercan al yo ideal. En oposición, cuando se busca contrastar las características propias con personas que consideramos menos simpáticas, atractivas o empáticas, el objetivo es encontrar consuelo y alivio respecto a lo que creemos podríamos trabajar más o con relación a esos defectos que podríamos pulir.
El autoconocimiento es la base de procesos psicológicos fundamentales como el autoconcepto, lo que pensamos de nosotros mismos, y es la cura para el egocentrismo. Cuando se da más importancia a la información interna de nosotros y no se valida la retroalimentación sobre lo que ven de nosotros quienes nos rodean, se pierde claridad sobre quién realmente somos. Mantener un proceso activo de introspección, consultando los propios pensamientos y sentimientos, al tiempo que se contrastan con la información que se recibe de los demás es una forma efectiva para autoconocerse. De esta forma el cómo nos perciben los demás y cómo nos definimos se juntan, dejando de ser dos visiones diferentes y convirtiéndose en una proyección del ser coherente.
La introspección ayuda a mantener claros los “filtros” a través de los cuales nos miramos y permite desarrollar un modo de navegación interna que mantiene actualizado el autoconcepto con el patrón real de hábitos, emociones y formas de relacionarse. Sandra, es una empresaria de treinta y ocho años con una alta inteligencia emocional y gran capacidad para relacionarse efectivamente con los demás. Ella dista mucho de ser la joven que era en la adolescencia con problemas de autocontrol y relaciones conflictivas con la autoridad. Las experiencias sirven para crecer personalmente y el autoconcepto debe estar al día con este proceso de desarrollo personal.

Esto nos lleva a otro concepto, transparencia. En la medida en que conocemos y aceptamos nuestra forma de ser podemos ver el exterior a través de nuestras emociones y atribuciones. No significa negar quiénes somos para aceptar lo que los demás creen de nosotros. Implica poder discernir entre los miedos a aceptar una opinión que va contra de lo que creemos de nosotros mismos pero que tiene algo de realidad, y mantenerse seguro en lo que sabemos de nosotros si creemos que lo que viene de afuera está errado[4].
El autoconocimiento es conocer muy bien nuestra casa para salir a recorrer el exterior sin perdernos y poder regresar llenos de regalos y curiosidades. Algunas cosas serán para preservar por mucho tiempo, otras serán útiles por un tiempo y otras serán desechadas inmediatamente. Conocernos nos hace coherentes y permite que nos relaciones de una forma más abierta y diáfana con los demás. Además, es la vía para saber realmente qué queremos y poder iniciar el camino que nos lleve a conseguirlo.
Referencias